Esta lloviendo. Huele a bosque. Huele a limpio. Cosa rara en la ciudad más grande del mundo. Entra un poco de agua pero no me atrevo a cerrar la ventana. La temperatura, la humedad, el olor, los truenos y las cobijas que casualmente hoy puse en mi cama... Todo coordinado para llevarme 25 años atrás. A mi infancia. A mi pueblo. Cerca de mis seres queridos. Ya me estoy quedando dormido. Pero vuelvo a abrir los ojos para sentir un ratito más.
Parecía que hacía más. Yo creía que era bueno ser desesperado. Lanzarme sin esperar. Sin leer instrucciones. Resolver. Hacer. Pero el tiempo no tiene prisa. Y con el tiempo, aprendí. Hoy sé que esperar también es hacer. Hoy sé que algunas cosas solo llegan solas. El tiempo da las mejores lecciones. Te enseña que la prisa es ruido. En el silencio crecen muchas cosas que valen la pena. Hoy dejo que algunas cosas se resuelvan solas. Ser desesperado parecía una buena idea. Hoy sé que también hay que esperar.
Hoy me crucé con alguien que veo caminando hacia su trabajo varias veces por semana desde hace un par de años. Esta vez iba en bicicleta. Volteé a verla. Él lo notó y, con una sonrisa, me dice: “El aguinaldo, carnal.” Me reí. .
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